A pesar de haber bebido tanto no esperaba una migraña tan
espantosa, a decir verdad ni siquiera imaginaba este momento, sólo sé que por
un lapsus de tiempo, olvidé todo lo que estaba pasando.
Dejar a alguien es complicado, sobre todo si estás viviendo
con él. Te pones a pensar en las cosas que comparten, pero no esas que avivan
el fuego, no esas que hilvanan el alma, porque esas ya se han ido desgastando
con el tiempo, hablo de las cosas materiales, del pagar las cuentas, de
comprarse algo juntos, de discutir por quién no fregó el baño o a quién se le
olvido sacar la basura.
Si soy honesta, tengo el cuerpo cortado. He estado
interminables noches pensando en cómo solucionar todo, en como volver a esos
días despreocupados, cuando preñábamos al mundo de posibilidades y la cama
sostenía nuestros alientos, entrelazando nuestros cuerpos por días completos. Si soy más franca, extraño todo. El vaivén de
la cama cada día, como sus dedos hurgueteaban mi cabello por las noches, o como
su sonrisa se convertía en carcajada después de alguna anécdota mal articulada.
Lamentablemente, nunca volveremos a ser los mismos, nos hemos arruinado
mutuamente.
Trato de sacar a mi cuerpo de este estado de coma, pero es
infructuoso. No dejo de pensar en la inquilina que habitaba mis adentros, en
esa mujer que se devoraba al mundo en sueños, que deshilvanaba historias en
cada parada, en cada rincón que observaba. Creo que me he perdido a mí misma en
los deseos de otro.
Finalmente logro sentarme, ahí viene mamá armada con su
sonrisa burlona y un frasco de píldoras.
- - Ya despertaste?, te crees capaz de volver en ti
misma?- Dice con un tono más burlón
- - Será más difícil de lo que piensas, pero sí, ya
desperté.